“Berlanga y Azcona hicieron un tándem asombroso por lo que tenían de diversos”
VÍCTOR GARCÍA LEÓN
Viene de adaptar a Azcona en su última película, Los europeos (2020). Su padre, José Luis García Sánchez, que también trabajó codo con codo con el guionista riojano, firmó en 2009 el documental Por la gracia de Luis, dedicado a la figura de García Berlanga. Pero las conexiones entre Víctor García León (Madrid, 1976) y el cineasta valenciano van más allá de esos apuntes biográficos: ahí está el humor negro que tiñe películas como Vete de mí (2006) o la ácida crítica de la coyuntura política que impregna títulos como Selfie (2017).
En virtud de ese eslabón común que constituye la figura de Azcona, en tanto asiduo colaborador tanto del director de Plácido (1961) como de su padre, ¿llegó a tener relación personal con Berlanga?
Sí, le conocí un poco, porque no era amigo de mi padre, pero era padrino de un gran amigo mío y recuerdo haber tomado algún café con él, aunque era una relación muy tangencial. Con quien sí tuve relación personal fue con Azcona. Más allá de esas comidas puntuales en las que coincidí con Berlanga, es un cineasta al que admiro mucho, con locura.
¿Qué vínculos tiene con el cine Berlanga?
Hay algo que me conecta con Azcona, y quizá no tanto con Berlanga, que es su pesimismo atroz: no creo en el ser humano, me cuesta. En cambio, Luis tenía un optimismo desbordante. De hecho, si ves sus primeras películas te das cuenta de que eran películas muy optimistas y creo que la mezcla entre Berlanga y Azcona funcionaba tan bien porque el texto era de un pesimismo muy oscuro, muy existencialista si me apuras, y el que rodaba era un vitalista divertido y cachondo y eso permitía ofrecer una visión del mundo más amplia, mucho más de la que yo pueda ofrecer o de la que tenía cada uno de ellos por separado. Berlanga y Azcona hicieron un tándem asombroso por lo que tenían de diversos.
Hay cierta sintonía en la manera de aproximarse a la realidad que tiene Berlanga que también se puede percibir en bastantes de sus películas, ¿lo cree así?
Al pintor colombiano Fernando Botero le preguntaron una vez por qué pintaba gordos, a lo que él respondió: ¿es que no son así? Lo que me pasa a mí con Berlanga es que su cine no me parece algo particular, no me parece que lo berlanguiano sea tal cosa, es que, para mí, la vida es como él la retrata. Miro la realidad que me rodea, y, no sé, quizá es que yo tengo mala suerte, pero me da la sensación de que en España la parodia no es viable porque no es posible exagerar más una realidad ya muy descollante, tampoco nos vale el sarcasmo o el ingenio, que es una cosa muy inglesa, como de medio lado, que se nos queda un poco floja; de hecho, ni si quiera nos vale la farsa. Entonces, al final, nos lanzamos a practicar una suerte de realismo descabellado que se parece mucho a los esperpentos de Valle-Inclán que, de alguna manera, nos conectan con el único humor posible en nuestro país, sin que sea una idiotez. Por eso creo que el cine de Berlanga se parece mucho a la vida que yo veo por la ventana, y sé que esto es una cuestión muy personal y debería preguntarme por qué veo así la realidad, pero leo el periódico y no hay nada que me haga pensar en el humor inglés de Oscar Wilde, se me queda muy flojo y es demasiado elegante, ¿aquí quién se pone la pajarita? Esa manera de ver la realidad es lo que me conecta con Berlanga, y creo que no soy el único, también pienso que tiene que ver más con el país que con él en particular, porque, moralmente, estoy más próximo al cine de Azcona. En lo referente a expectativas vitales me parezco más a Rafael que a Luís, aunque ojalá me pareciera más a Luis, sería más divertido, pero en Castilla y León es más difícil ser valenciano.
Como señalábamos al principio de la entrevista, en Los europeos (2020), su última película, adapta una novela de Rafael Azcona, alguien que ha trabajado con Marco Ferreri, Carlos Saura, Fernando Fernán Gómez, Juan Antonio Bardem, Fernando Trueba y un largo etcétera de ilustres cineastas. ¿Cómo se acerca uno a semejante tótem?
Es algo que discutía recientemente con Javier Fesser y llegamos a la conclusión de que ninguno de los dos somos cinéfilos. Cualquier persona cinéfila que sienta el peso de la tradición o del background cultural queda casi inhabilitada para rodar. Al final, hay más capacidad para rodar desde la inconsciencia. Es algo que aprendí haciendo cortos: la gente más lista, la que más cine había visto, se paralizaba cuando cogía una cámara. Así que a tu pregunta respondo que he adaptado a Azcona siendo un inconsciente, es la única manera, no hay otra. Si empiezas a valorar a Azcona y su trascendencia… Pues, no sé, mejor me corto el escroto y que lo adapte otro. Hacer cine tiene que ver con algo muy obsesivo pero muy libre y en la medida en la que esa segunda proposición no se cumple, es imposible. Ya somos bastante neuróticos en nuestra vida y ya bastantes veces abrimos el ordenador, leemos el guion y decimos “esto es una mierda, soy un subnormal, no tengo talento”… Si además de eso añadimos que las buenas películas ya están rodadas, mejor dedicarnos a otra cosa. Así que creo que, para los que escribimos y dirigimos, es conveniente no mirar mucho a los lados, porque te inhabilita.
¿Cuál es el legado que deja Berlanga?
Berlanga refleja gran parte de nuestra identidad cultural y cuando digo esto no me refiero tanto a que haya dejado cosas que me divierten o que son disfrutables o que comparto con gente a la que quiero, sino a que es un tipo lleno de talento que no trabajó nada por su prestigio. Eso nos gusta: “no lo conocen en Japón, ja, ja, ja, que se joda”. Nos gusta el talento poco trabajado, poco consciente de sí mismo. Se reinventó cuarenta veces en cuarenta proyectos distintos, casi siempre le fue mal, todo eso nos gusta. En cambio, la vida de Saura, que seguramente folló con mujeres muy hermosas y además le fue bien, y es muy reconocido en el extranjero, nos representa menos, por más que también tuviera un talento innegable. Berlanga tiene ese lado de “todo esto me importa un carajo y ahora voy a comerme una paella” y eso es algo que a los directores nos afecta para bien, porque nos demuestra que es posible seguir siendo nosotros y hacer buen cine, porque si no da la sensación de que tendrías que luchar mucho por tu legado, por tu prestigio, por tu trayectoria. Y eso en este país está muy penado, generas envidias, todo el mundo te odia… Al final, Almodóvar es un señor que está mucho más solo de lo que estaba Luis y eso es porque a Almodóvar le va mejor, porque en este país es jodido que te vaya bien. Por eso creo que Berlanga nos da aliento a la gente sin sentido de la posteridad que, repito, es algo que está muy castigado en España: aquí nos parece mal que alguien quiera pasar a la posteridad, nos jode.
En Berlanga hay una figura casi paterna que nos dice que no hace falta ser Buñuel. En un país en el que destacar está tan mal visto, tener un Berlanga supone un gran estímulo, porque ser Buñuel, Saura o Patino tiene un coste personal enorme, un coste que implica dedicar muchas horas de tu vida a trabajar tu prestigio, a no hacer una mala película… A Berlanga le importaba un cuerno hacer una mala película y a mí me gustaría ir a rodar así, sin miedo, sin decir “esta será buena”; pues ya veremos si será buena o no, eso es algo que depende de muchísimos factores: la película que uno empieza es muy distinta a la que uno estrena, y todas tienen un punto de frustración enorme.
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