José Antonio Sáinz de Vicuña

El precursor

He conocido a varios Luis Berlanga. Primero le conocí a través de sus películas, que como adolescente aficionado ayudaron mucho a que finalmente yo eligiese el camino de la producción cinematográfica para desarrollar mi actividad profesional. “¡Bienvenido, Mister Marshall!”, “Plácido” o “El verdugo”, entre otras, me parecieron espléndidas en su día, y lo que es extraordinario es que cuando las vuelvo a ver hoy, como sucede con todas las obras maestras, ya sea cine, literatura o pintura, me siguen produciendo el mismo impacto.

Es increíble que cuando todo alrededor nuestro ha cambiado tanto en dos generaciones y media, las películas de Luis conservan la frescura de cuando se estrenaron, y estoy seguro de que muchas de ellas continuarán conservándola para generaciones futuras y servirán como uno de los mejores documentos gráficos que ayuden a entender cómo era España en las décadas en que Berlanga ejerció su oficio de autor/director, ya que por experiencia se cuánto de su talento personal está volcado en sus colaboraciones con otros guionistas como el genial Azcona.

No entraré a analizar su talento porque hay estudiosos de su cine que lo han dicho y escrito con textos infinitamente mejores que los que yo pueda redactar. Resultaría demasiado obvio repetir que detrás del humor y la caricatura hay una dura critica a muchos de los aspectos de esos años difíciles –igual que Cervantes , Quevedo, Voltaire en “Candide” y un larguísimo etcétera que se remonta a los griegos–, sus películas son el mejor testimonio de que la crítica mas efectiva y la que más perdura es la que se presenta envuelta en una capa de humor.

Pero detrás de esa crítica siempre hay una gran ternura con la que Luis trata a sus personajes. Como todo humanista, Berlanga es comprensivo con los innumerables fallos en el carácter humano, y al ridiculizarlos de algún modo nos está poniendo un espejo delante para que reconozcamos nuestros propios errores.

Como socio de Alfredo Matas, al segundo Berlanga lo conocí en persona meses antes del rodaje de “La escopeta nacional”. Conocer a alguien a quien has admirado durante años es siempre una experiencia curiosa, a veces te decepciona, otras te llevas una agradable sorpresa. En este caso me sorprendió su manera aparentemente desenfadada de trabajar durante la confección del guión y durante el rodaje, para luego descubrir que detrás de esa aparente parsimonia había una brillante profesionalidad que se refleja en multitud de detalles y en los planos-secuencia que para el espectador parecen tan naturales y sencillos, pero que precisan de un control absoluto de la técnica.

Conversar con Luis era disfrutar de su incisiva imaginación, de su sentido del humor a veces cáustico y sardónico, nunca cínico, el sentido del humor del verdadero filósofo que ni se toma demasiado en serio a si mismo ni al mundo que le rodea, pero siempre tiene un comentario original, un modo suyo de ver algo que a los demás nos enseña a mirar las cosas de otro modo. Empezar a tratarle fue admirarle aun más.

Mi tercer Berlanga es el Berlanga promotor de ideas. Durante algo más de tres décadas, junto a Alfredo Matas, tuve el privilegio de participar en el proyecto de crear un Estudio de rodaje que ocuparía el lugar de todos los estudios de rodaje que a mediados del siglo pasado atrajeron a las grandes producciones cinematográficas internacionales a venir a rodar a España. Al haber desaparecido estos estudios, Luis quiso promocionar la construcción de un Estudio moderno que volviese a convertir al país en uno de los centros neurálgicos de la producción audiovisual internacional. Finalmente llegó la oferta de la Comunidad Valenciana y se construyó Ciudad de la Luz. Hoy día es uno de los estudios modernos mejor equipados del mundo.

Independientemente de la faceta cultural del cine, Berlanga siempre defendió que el cine era una industria y necesitaba de apoyos institucionales para llegar a ocupar un lugar prominente en un país que disfruta de una inmensa variedad de paisajes y un clima idóneo para el rodaje de exteriores.

Algo que retrata la generosidad de Berlanga es que utilizó su prestigio –ya que sin su empeño el proyecto nunca se habría llevado a cabo– no para mayor gloria de su nombre –esa ya la tenia ganada de sobra–, sino para dar un paso importante con vistas a reforzar esta industria en España. Su mayor ilusión era la Escuela que insistió debía ser parte del complejo del Estudio, una escuela donde se enseñarían todos los oficios que forman parte de la producción y postproducción audiovisual que en pocos años formaría una generación de técnicos de primera categoría, bien preparados para integrarse en la vanguardia de su profesión, el complemento indispensable para un estudio como el que se ha construido en Alicante.

En muchos aspectos Luis Berlanga fue un precursor. Hace unas semanas en la televisión francesa dieron un reportaje sobre el negocio de las muñecas de goma y los perfiles psicológicos de los hombres que sufren una dependencia de ellas. Van a cumplirse cerca de cuarenta años desde que Berlanga ya trató a su manera este problema en su película “Tamaño natural”. Esto sucede en muchas de sus otras películas. No solo conservan su originalidad inicial, sino que son obras que se anticiparon tocando temas que entonces nadie había tocado aún y que años después se siguen explorando.

Luis Berlanga, aparte de maestro indiscutible para muchas generaciones de aficionados y profesionales del cine, era para los que tuvimos la suerte de tratarle de cerca un ser humano difícil de repetir.

José Antonio Sáinz de Vicuña, 2012