Carlos Suárez

Risas y madroños

Secuencia 01/ Jardín Luis Ext. Día.

Él tenía madroños en el jardín y yo presumía de saber hacer un exquisito licor con ellos consistiendo el trato en que los frascos nos los repartiríamos mitad para cada uno, y aquello nos hizo ilusión aunque el líquido resultante era sospechosamente turbio y en pocos días adquirió al fermentar un olor fétido desagradabilísimo y ahora no me viene a la mente que nadie diera sin escupirlo un solo sorbo del mejunje que en cambio había cumplido una misión más importante, la de hacernos pasar muy buenos ratos como dos chavales con un juego de Cheminoba, y además aprovechábamos para subir a un torreón que había en el jardín y charlar, eso sí, jamás de las películas que habíamos hecho ni de las que íbamos a hacer como se comenta en la secuencia 02/.

Secuencia 02/ Cáceres. Sala de billar. Int. Noche.

Era un viaje de localización y al caer la tarde nos habíamos metido en una sala de billar, francés naturalmente, ya que los dos presumíamos de ser cada uno mejor jugador que el otro, aunque los dos éramos pésimos enfrentados al maestro Manolito Alexandre que él sí que sabía, y Luis soltaba aquello que tanto le gustaba de “mucho efecto, poca bola, aprieta el culo y carambola” y yo insistía que la última carambola se llama “la pocha” y la penúltima “la prima” y él decía que eso me lo había inventado yo, y luego hablábamos de pedos coincidiendo en que la bufa silenciosa era la más temible, pero el caso es que esa noche, al acabar la partida, fue la única vez en los diez años en que trabajamos juntos que hablamos de trabajo, ni una indicación por su parte ni una consulta por la mía, y convinimos en que eso ocurría porque habíamos establecido ambos un pacto tácito desde el primer día, que consistía en que yo no podría lucirme con la luz pero juntos rodaríamos planos magníficos e interminables que no me dejaban sitio para colocar los proyectores en un lugar medianamente coherente, y que aquél sistema en definitiva era lo mejor que podíamos hacer el uno por el otro.

Secuencia 03/ Plató. Int. Día.

Nos sentábamos detrás de la cámara que manejaba con maestría Alfredo Mayo y esperábamos que alguno de los actores se equivocara para reírnos, primero bajito, hasta que se escapaba alguna carcajada y se enfadaba el técnico de sonido y el cámara que al oírnos detrás de él reprimiendo las risas, se contagiaba y se le movía la cámara, así que como eso pasaba todos los días nos tuvimos que salir del plató e instalarnos en una salita contigua siguiendo el rodaje por uno de los primeros monitores que entonces empezaban a ponerse de moda y que nos permitía reírnos más a gusto y ahora al escribir no soy capaz de recordar a Luis enfadado o molesto y solo le recuerdo riéndose de todo, sobre todo de si mismo, y recapacito también que en todas sus películas se ha reído de la muerte.

Secuencia 04/ Mi despacho. Int. Día.

Ahora que me río poco, pienso en él a menudo y no porque me dejara a deber unos cuantos dólares (prometía un dólar a los miembros del equipo por cada idea u ocurrencia que se utilizara en el rodaje), sino porque nos lo hemos pasado muy bien juntos, una vez que yo superé el pánico de trabajar con el más grande, y siento que muriera equivocado presumiendo de ser un director vampiro que chupaba en su beneficio el talento de técnicos y actores, cuando en realidad lo que ocurría era todo lo contrario y éramos nosotros los que nos alimentábamos de él, y hoy en su recuerdo a riesgo de colapsos respiratorios de quién haya tenido la amabilidad de leer estas líneas he desarrollado mi homenaje en frases secuencias sin puntos, y ahora les dejo porque por mi calle pasa la banda repartiendo naranjas y no me lo quiero perder.

Carlos Suárez, director de fotografía, 2012