“Me ha sorprendido la capacidad que tenía Berlanga para absorber la realidad y transformarla en caricatura”

MIGUEL ÁNGEL VILLENA
(primera parte de la entrevista)

Acaba de ganar el XXXIII Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias por su trabajo de investigación sobre Luis García Berlanga. En él, Miguel Ángel Villena (Valencia, 1956) aborda la trayectoria del director sin perder de vista la coyuntura histórica del último medio siglo.

‘Berlanga. Vida y cine de un creador irreverente’ destaca, sobre todo, por esa estrecha vinculación entre la figura del cineasta y la evolución del contexto histórico de un período concreto. ¿Por qué ese tipo de enfoque?

Lo interesante a la hora de abordar la biografía de un personaje con cierta proyección, de una cierta importancia, es convertirlo en el hilo conductor de una época. Se trata de transformar la anécdota en una categoría: la vida de Berlanga es una anécdota concreta, un itinerario individual, pero, al mismo tiempo, es una categoría porque es muy representativa —tanto su propia trayectoria como su filmografía— de todo un periodo de la historia de España. Como ya he dicho en más de una ocasión, y es algo que creo sinceramente, la segunda mitad del siglo XX en España no se puede entender sin el cine de Berlanga. Tenía clarísimo el enfoque desde el principio: Berlanga y su vida en primer plano, la evolución del cine español en un segundo plano, y la historia de España como trasfondo. De hecho, las anteriores biografías que he escrito, tanto la de Manuel Azaña o la de Victoria Kent como la de Ana Belén, siempre utilizan ese registro, las figuras se convierten en el hilo conductor que da pie a explicar toda una etapa. En el caso de Azaña y de Kent era algo lógico, pero en el caso de Ana Belén no era tan evidente. De hecho, no me interesaba tanto el personaje, aunque me parezca una cantante excelente y una actriz estimable, como el hecho de que fuera una adolescente que con 13 años ya era famosa: seguir su trayectoria me permitía recorrer 50 años de música, cine, teatro, política, etcétera. Así que en el caso de Berlanga lo tenía claro, asumiendo también que no se podía entender su cine sin analizar el panorama de fondo. Si hacemos el viaje que va desde Esa pareja feliz (1951) hasta Todos a la cárcel (1993), porque digamos que París-Tombutcú (1999) es más un testamento, tenemos toda la historia del país.

Pero tal vez hablamos de un concepto de historiografía diferente, más íntimo…

Sí, sí. Hay que aclarar que cuando hablamos de que el cine de Berlanga es clave para entender medio siglo de historia de España no debemos pensar en algo solemne, sino en hechos y situaciones más prosaicos, en que si yo quiero conocer la historia de mis padres o incluso la de mis abuelos tengo que ir a su cine. No hablamos de una concepción macropolítica o macroeconómica de la historia, sino de una visión mucho más cotidiana. De hecho, cuando la gente joven, de entre 25 y 30 años, que no ha visto ninguna película del director valenciano, me pregunta por dónde empezar, normalmente cito El verdugo (1963), La escopeta nacional (1978) y La vaquilla (1985) porque me parecen representativas de eso que intento explicar.

Durante el trabajo de investigación, ¿qué ha encontrado que le haya sorprendido?

Lo que no esperaba encontrar era que la inmensa mayoría de los argumentos de las películas de Berlanga están basados ​​no tanto en hechos reales, que también, sino en hechos que él conoció de primera mano o que le contaron o que leyó en la prensa. Si exceptuamos Tamaño natural (1974) y La boutique (1970) y algún título más que seguro que ahora se me escapa, el resto de las películas están basadas, total o parcialmente, en cosas que él conocía. Algunos de los momentos más recordados de su cine provienen de hechos que él mismo experimentó, como la famosa secuencia de la boda de El verdugo (1963) donde reproduce lo que le sucedió a su propio casamiento. Ejemplos hay muchos. De los hallazgos más interesantes en este sentido está la secuencia del entierro en la primera parte de Plácido (1961), en la que la comitiva de las artistas que llegan a la ciudad se cruza con el desfile fúnebre. Averigüé que es calcado a lo que le pasó a Berlanga cuando enterraron a su padre en Utiel en el año 52, porque coincidió el deceso con las fiestas del pueblo. De hecho, se llegó a pedir al ayuntamiento que suspendiera los festejos, pero estábamos en 1952, el padre era un represaliado por haber formado parte de sucesivos gobiernos republicanos… La cuestión es que Berlanga se queda con aquel suceso y la aprovecha para una secuencia rodada casi diez años después.

Detalles como estos son habituales. Pensemos en La escopeta nacional: todo sale de un incidente de caza verídico en el que, el entonces ministro Manuel Fraga Iribarne, le disparó un perdigonazo en el culo a la hija de Franco. En resumen, me ha sorprendido mucho la capacidad de absorción que tenía Berlanga, cómo asimilaba acontecimientos procedentes de la realidad más inmediata y cómo después los convertía en un tipo caricatura muy particular. La gran genialidad de Berlanga es la de hacer un retrato caricaturesco en el que la realidad está ligeramente deformada sin ser irreconocible, todo el mundo sabe de qué está hablando: retrata una realidad de forma exagerada pero que todo el mundo es capaz de reconocer.

También he encontrado una gran conexión con Blasco Ibáñez. Es cierto que era un escritor al que admiraba y al que había leído con fruición, y a pesar de las diferencias entre uno y otro, encontré que tenían muchos puntos en común: son dos valencianos que han llegado a ser universales —algo tendrían parecido cuando en Francia o en Estados Unidos son ampliamente reconocidos— y ambos tenían talento para convertir lo local en universal (en el caso de Berlanga quizá se deba porque es alguien que bebe de fuentes como Frank Capra, Buster Keaton o los hermanos Marx, pero también de Arniches o de Escalante). Pero además de todo esto, debemos tener en cuenta que los dos son hijos de comerciantes, de familias valencianas de habla castellana, que los primeros años de Berlanga transcurren en una Valencia marcada por blasquismo, que la visión de la política que acaba teniendo Blasco Ibáñez en los últimos años de su vida es muy parecida a la que tiene Berlanga y que ambos eran profundamente anticlericales. Además, ambos eran unos grandes bon vivants y compartían el gusto por determinadas parafilias sexuales como el sadomasoquismo. En cualquier caso, hay un claro hilo conductor entre Blasco y Berlanga. De hecho, para Berlanga fue una gran satisfacción personal recibir el encargo de rodar una serie sobre el autor de ‘Cañas y barro’.

De su libro se deduce que Berlanga tenía una personalidad muy contradictoria. ¿Cómo se enfrenta un historiador a un personaje que puede decir una cosa y la contraria? ¿Cómo se puede vislumbrar algo de verdad entre tanta declaración cruzada?

Al final acabas para concluir que era contradictorio, no hay más, y cuentas esas dos vertientes, por momentos opuestas, de su personalidad. En los años 80, en Televisión Española, le hicieron dos o tres entrevistas bastante largas, como, por ejemplo, la de ‘Autorretrato’ de Pablo Lizcano o la que le hizo Fernando Méndez-Leite, en las que dice, entre otras cosas, que es anarquista burgués que ya es una sorprendente manera de definirse. También afirma que es muy perezoso y cuando hablas con la gente que lo conocía te das cuenta de que era un workaholic antes de que la palabra se inventara, que era alguien que nunca paraba quieto. De hecho, en algunas entrevistas reconoce que no sabe estar parado. Era una persona muy sociable —todos los que lo trataron, tanto hombres como mujeres, dicen que era un gran seductor, un tío encantador— a la que, al mismo tiempo, le gustaba estar solo. Es más, según relatan, se encerraba en su despacho privado del chalé de Somosaguas y desconectaba hasta el punto de no tener mucha relación con sus hijos cuando estos eran pequeños.

¿Con qué otro tipo de dificultades se ha encontrado?

Desde otra perspectiva, lo que sí fue un campo de minas fueron sus dos libros de memorias, no sólo porque no le interesara el rigor histórico —cosa que me parece bien porque él no es un historiador sino alguien que está contando su vida como le viene en gana— sino porque percibes que se está creando un personaje. Lo más complicado de la biografía ha sido, precisamente, saber separar el grano de la paja cuando repasaba sus memorias. Para completar esa tarea he aprovechado mucho las entrevistas televisivas y otras publicadas en la prensa en las que tenía más difícil fabular: no podía decirle a Pablo Lizcano una barbaridad porque éste hubiera tratado de corregirlo o hubiera señalado el error. También ha sido complicado rastrear todo lo relativo a sus orígenes hasta que se va a Madrid. Ahí me he aprovechado de ser valenciano y encontrarme con gente que me ha permitido reconstruir esa etapa.

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