“A Berlanga le fastidiaban las limitaciones que le imponían el matrimonio, la familia, la sociedad, las instituciones y el estado”

ENTREVISTA A MANUEL HIDALGO (PARTE II)

Segunda entrega de la entrevista con Manuel Hidalgo en la que repasa la relación Berlanga-Bardem, las elecciones actorales del director valenciano, algunas de sus preferencias temáticas y la repercusión que está teniendo la celebración de su centenario. Esta conversación con el escritor navarro se cerrará con una breve y última adenda centrada, exclusivamente, en su participación en el guion de ‘¡Viva Rusia!’.

Dado que la reedición de El último austrohúngaro le habrá obligado a repasar detenidamente el libro, ¿cómo ve, ahora, esa relación de ‘tensa fraternidad’ entre Berlanga y Bardem a la que se alude en varios momentos?

Creo que ellos alcanzaron una relación amistosa y afectuosa de verdad como estudiantes del IEC (Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas), cuando fueron compañeros de promoción –debían ser muy pocos en aquellas clases–. Ya entonces se sabían distintos, porque supongo que, en tanto amigos, Berlanga supo enseguida que Juan Antonio (Bardem) era del Partido Comunista y Bardem que Luis era un señorito valenciano, con piso propio en Madrid, que había estado en la División Azul. La cuestión es que se cayeron en gracia.

Interpretándolo a posteriori, y quizá sea esta una interpretación atrevida, creo que ambos vieron, sobre la base de su amistad, que se convenían recíprocamente. Berlanga podía ser una persona de la que el régimen no desconfiara, alguien a quien se podía manejar, pese a unos antecedentes que incluían a un padre republicano. Eso era algo que le podía venir bien a Bardem a la hora de contar con la indulgencia de productores, censores, etcétera. Y quien sabe si a Berlanga no le venía bien, visto el ambiente de Madrid y el grupo de compañeros que le rodeaban, manejar una relación con alguien que estaba en otra onda.

Por eso creo que pudo haber, siempre sobre la base de la amistad, esa especie de ayuda mutua. Luego hay que recordar los choques que se produjeron entre ellos, que se iniciaron a raíz de lo sucedido con UNINCI, de cuyos responsables Berlanga afirma en el libro que se la jugaron, una productora que, como se vio después, estaba destinada a hacer de Bardem su director franquicia.

Una vez que dejan de trabajar juntos y se observan los caminos bien distintos que toman cada uno, mantienen una relación basada en el afecto mezclado con un constante intercambio de pullas. Ahora bien, debo decir, y aquí media por mi parte una complicidad mayor con Berlanga, que a mí me pareció que las pullas de Bardem en su libro de memorias (‘Y todavía sigue. Memorias de un hombre cine’) eran excesivas.

En su inequívoca apuesta por la comedia, Berlanga se rodea de lo que él denomina ‘cómicos de tripa’, ¿cómo interpreta esta elección?

Creo que hay una sabiduría muy grande en su cine que, por cierto, conecta mucho con lo que vimos en el cine neorrealista italiano, y que viene demostrada por el físico de los actores que seleccionaba. Esas caras, esos cuerpos, lo que las caras y los cuerpos producen cuando se ponen en movimiento, … ¡Es que son la mejor expresión de la mentalidad o de la adscripción social a las que Berlanga hacía referencia en sus películas! Él sabía que esa actriz o tal actor iban a dar lo que buscaba, no hacía falta Kirk Douglas, poque aquello no iba de Kirk Douglas, iba de pobres, de clases medias, …

Todo eso tiene que ver con lo biológico, con lo que él llamaba tripa, con esa capacidad para intuir que detrás de según qué rostros estaba lo que él buscaba. Cabe apuntar, además, que Berlanga afirmó en reiteradas ocasiones que él no tenía respuestas para los actores que se pasaban de la raya en la petición de explicaciones psicológicas o de situación a propósito de los personajes que interpretaban. El actor era un obrero cuya obligación era salir y hacerlo, por eso le funcionaban tan bien esos cómicos de tripa, porque todos ellos dominaban el oficio, toda esa pléyade de secundarios/protagonistas hacía teatro, revista, estaba harta de hacer películas, era gente muy contrastada.

Además, esos actores establecen una conexión directa con una fuente literaria, cultural y escénica de la que Berlanga bebió constantemente, que es el teatro de Arniches y el sainete, no tanto el astracán, que le gustaba menos porque el elemento de distorsión que introducía era excesivo. Para dejarlo más claro: Berlanga era de Arniches, pero no de Muñoz Seca.

Uno de los grandes temas del cine del director valenciano es la fagocitación del individuo por parte de la sociedad, ¿cómo conecta eso con su personalidad?

Hemos pasado de una crítica de izquierdas que no las tenía toda consigo con el cine de Berlanga a una crítica actual, más mainstream, que exagera las posibles críticas acervas de Berlanga al régimen: ni lo uno ni lo otro. Ni los curas, ni los alcaldes, ni los burgueses son tan maltratados por su cine. Son, eso sí, caricaturizados, miserabilizados, objeto de breves reprimendas. En el cine de Berlanga el individuo va a lo que puede, porque él es un pesimista que asume que la sociedad no tiene arreglo. No cree en lo solidario ni en la acción conjunta, porque, en su opinión, traen graves consecuencias.

Los individuos en sus propósitos, en sus deseos, en la puesta a punto de los mandatos de su biología no acaban consiguiendo lo que quieren, porque siempre están los demás para joderte, todo son obstáculos. Berlanga es una persona fastidiada por las limitaciones que le imponen, y veámoslo como un diseño en círculos concéntricos, el matrimonio, la familia, la sociedad, la instituciones y el estado. Es alguien que, desde muy pronto, intuye que eso le fastidia la vida, le anula sus pulsiones, sus arbitrios, y eso es lo que está reflejado en sus películas. Era alguien que no podía ser quien quería ser ni hacer lo que quería hacer. ¿Y qué era lo que quería hacer? Pues, si le hubiéramos preguntado, hubiera dicho, “ah, pues no sé”; seguramente una cosa y su contraria, entrando en esas contradicciones tan habituales en él. Es decir, eso de me gustan las mujeres, pero les tengo miedo; me gusta vivir solo, pero en Nueva York, …

Si atenuamos filtros ideológicos demasiado estrictos y convencionales, veremos que este es uno de los temas de la vigencia de su cine, una cuestión que va más allá de lo formal y que es su capacidad para retratar la condición humana y hacer que, como espectadores, nos reconozcamos en ella. Nos entendemos con sus personajes, vemos en ellos lo mejor de nosotros, lo peor de nosotros, lo desesperante de nosotros, lo contradictorio, lo frágil, lo vulnerable, nuestra mala uva, las pasiones, los malos rollos, … Y hay que decirlo en un lenguaje coloquial, porque lo coloquial está emparentado con lo cotidiano y con el reflejo de un modo de vida que, más o menos y pese a los enormes cambios sociales y políticos que ha habido en España, nos demuestra que seguimos siendo algo parecido a aquello que Berlanga nos mostró.

Su vigencia queda manifiesta en la repercusión que está teniendo el centenario de su nacimiento, ¿esperaba algo así?

El centenario de Berlanga supera todo lo que yo había imaginado, me parece desbordante. El cine es el instrumento de creación y comunicación más popular de todos, de acuerdo, pero aún así, me parece que esta ebullición es extraordinaria, este llegar a todos por todos los caminos –periódicos, revistas, instituciones, etc.–. No recuerdo haber visto algo semejante en otras conmemoraciones. Este calado, esta identificación, no han venido ni de arriba ni de abajo, sino de una confluencia de factores, de una chispa que brota en sitios dispares y que viene a demostrar que Berlanga es el gran creador popular.

¿Imaginaba que esto fuera posible cuando escribió El último austrohúngaro?

Esto era algo impensable cuando hicimos el libro y he de decir que me siento muy satisfecho de haber dado ese paso, porque creo que fue un libro fundacional que ha seguido muchísima gente, con mayor o menor elegancia, y que ha dado pistas, claves y contenidos a los muchos textos que han venido después. Lástima que no todo el mundo tenga la honradez intelectual y la falta de vanidad personal para reconocer de donde ha sacado según qué citas y/o declaraciones.

Ahora bien, en realidad, y en líneas generales, debo decir que aun con algún remilgo, con alguna pequeña elusión, los integrantes de lo que podemos llamar academia, aunque algunos se comporten de manera pejiguera con este libro, han tenido el rigor de citarlo, en buena parte porque, de no ser así, sus textos no alcanzarían el rango que les corresponde. Con todo esto no quiero quitarle ni un ápice de mérito a la universidad, que ha hecho enormes aportaciones sobre la figura de Berlanga que no están en este libro. Aportaciones fruto de la investigación concienzuda, de indagar en miles de fuentes que ahora están disponibles pero que no lo estaban en aquel entonces. En esos trabajos yo he aprendido cosas sobre Berlanga que desconocía y que no he incorporado aquí porque no quería desnaturalizar el valor genuino de este libro, que no es otro que las 150 páginas de conversación. Creí que no debía añadir nada puesto que ya hay otros que han hecho ese trabajo de ampliación.

Creo, también, que es necesario aclarar que la generación de académicos a la que me refiero es posterior a la época en la que se hizo el libro. En los 70-80 no contábamos con estudiosos de estricta vocación académica, ni con unos críticos que pasaran por la universidad y volcaran en ella su trabajo sobre el cine, todo eso fue desarrollado después por una generación más joven en lo que supone uno de los grandes cambios experimentados dentro del ámbito de los estudios y de la investigación.