Prólogo de “Aventuras y desventuras del cine español”
Sin la gozosa emoción que produjeron en mi adolescencia las películas de Eduardo G. Maroto, es posible que yo no hubiese pensado en la realización cinematográfica.
En aquellos últimos años de la República mis amigos y yo canturreábamos continuadamente las cancioncillas –creo que con la letra de Miguel Mihura– que la sabiduría de Eduardo incorporaba a sus cortos “Una de fieras” y “Una de miedo”, sus dos grandes éxitos. En aquellos años, yo ya añadía, a estos entusiasmos corales, la vaga intuición de que acabaría acercándome al mundo de la creación que me proponía Eduardo desde la pantalla… Y así lo he hecho.
Ya han pasado muchos años desde aquellas ensoñaciones que nos proponían cineastas como él y, afortunadamente, Eduardo sigue entre nosotros, con su elegante y afectuosa maestría, pero, sobre todo, con su indestructible fidelidad al cine, entendido como industria.
Afortunadamente, Eduardo G. Maroto, junto a algún otro superviviente de la época en que nació en España la infraestructura industrial, hizo del nuestro un oficio que hasta entonces había sido sólo picaresca. Maroto nos da una lección cotidiana de lo que debe ser un profesional que no sólo ha recorrido prácticamente todas las ramas de la creación artística, sino que también ha sido un ejemplo a seguir por todos los que vinimos y vivimos de una supuesta culturalización del cine.
La lección de Eduardo es clara. Todos los que hacemos cine deberíamos considerarnos, simplemente, como trabajadores de la industria del espectáculo, una industria que debía dedicarse, simplemente, a manufacturar lo mejor posible historias para ser oídas y vistas por el público. Y nada más.
Ahí está la grandeza de este técnico de laboratorio, operador, montador, director, guionista, jefe de producción, etc. Ser sobre todo un hombre de cine, un compañero, un amigo, que jamás ha salido de los estudios, despachos, y territorios profesionales para someterse a las tentadoras ofertas de los paradójicamente, mercaderes de la cultura.
Por encima de todas las admiraciones, yo te envidio, Eduardo, porque has contribuido a crear no sólo la industria a la que nos referimos, sino también la fascinación que durante tantos años os acompañó a los pioneros. Te felicito por haber vivido esa época con la pasión que poníais entonces los cineastas en este oficio que, poco a poco, va decayendo dulce y tristemente anestesiado en los brazos de las subvenciones.
Que este libro ayude no sólo a conocer tu obra y tus méritos, sino también a convertirse en un propósito de enmienda de todas las carencias que rodean hoy nuestro trabajo, trabajo que, a pesar de todos estos pesimismos, pienso seguir compartiendo contigo durante largo tiempo.
Luis García Berlanga
* Prólogo de “Aventuras y desventuras del cine español”. Eduardo García Maroto. Plaza & Janes Editores, Barcelona, 1988.
Año
1988
Idioma
Español