El desengaño nacional

La escopeta nacional (1978)

EL DESENGAÑO NACIONAL

Los que nacimos en los 80 y crecimos en la España que iba bien pudimos albergar falsas esperanzas sobre el país en el que vivíamos. Coby, Curro, la Unión Europea y el crecimiento económico de los 90 fueron los algodones entre los que nos criaron, pudiendo pensar, hasta llegar a la veintena, que éramos un país tan moderno y competente como el resto de los estados miembros. Pero, ay, bastaba un visionado a tiempo de la historia del cine español para sacarnos de nuestro engaño. Quizás por eso nunca nos enseñaron La escopeta nacional en los colegios.

Cuarenta y tres años después de su estreno resulta igual de apabullante el nivel de concisión y detalle con el que Luis García Berlanga retrata, en fondo y forma, a la sociedad española en La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978). Ahí, y en sus sucesoras en la trilogía, Patrimonio nacional (Luis García Berlanga, 1981) y Nacional III (Luis García Berlanga, 1982), está todo lo que fuimos, somos y ¿seremos? Ese bocadillo de chorizo que engulle Bárbara Rey en pleno secuestro de Luis José. Esa colección de vello púbico (¡pelos de coño!) del Marqués de Leguineche (Luis Escobar). Eso somos.

Para empezar, la cacería, universo en el que transcurre toda la película y que es, sin lugar a dudas, la metáfora perfecta del clientelismo en la sociedad española. Un modus operandi que se gestó en el franquismo disparando perdices y que tiene su inspiración en aquella cacería organizada por Franco en la que Fraga disparó un perdigonazo en el culo de Carmencita Polo, hija del caudillo. Pero, sobre todo, un clientelismo que sigue bien vigente hoy, en ese y en otros ambientes más ecofriendly.

Berlanga tarda muy poco en sumergirnos en uno de sus planos secuencia marca de la casa, y lo hace en una rueda de presentaciones tan precisa como descacharrante. Ahí está España en todo su esplendor, como en el maravilloso poster que diseñó para Matas, Cruz Novillo: los nobles decadentes que tienen que alquilar la finca para sacar unas perras, los Bermejo, que han hecho dos o tres mil millones de pesetas en los últimos 10 años, el cura miserable que se pega por una perdiz, el presidente expulsado de su país por una revolucioncita, etc.

Este paseo campestre, tan orgánico, tan bien resuelto, no solo le sirve a Berlanga para arrojarnos de lleno entre la flor y la nata de las élites franquistas sino también para presentarnos a su protagonista estrella, Jaume Canivell (José Sazatornil), alias ‘los amigos son para las ocasiones’. Azcona y Berlanga no dejaron pasar la oportunidad de escribir a este personaje como catalán –“¡Separatista! ¡A ver si dejáis de tocar los cojones!”, dice el Padre Calvo interpretado por Agustín González–, un industrial dispuesto a pagar la cacería entera y hasta madrugar para ir a misa con tal de que su negocio de porteros automáticos prospere. Solo pide una ayudita del ministro, un decreto ley, muy en boga últimamente, por cierto.

A pesar de su empeño, machacón, es imposible no encariñarse con Canivell, con esa maña que tenían Azcona y Berlanga para escribir los tontos de capirote siempre entrañables. Estamos predestinados a quererlo, en parte, porque desde el momento en el que pone un pie en la finca del Marqués de Leguineche es un hecho que va a volver a casa sin colocar sus porteros y sin las 96.000 pelas del cartón del bingo. Evidentemente, también porque es José Sazatornil quien lo interpreta. Pero, sobre todo, porque somos muchos Canivell en este país.

Como Canivell, todo el mundo quiere algo en La escopeta nacional. La Vera quiere ser actriz, el heredero quiere beneficiársela, los marqueses buscan vivir de las cacerías, el ministro aspira a tener contenta a su amiguita, los demás invitados van a sacar tajada del chanchullo de los porteros, el de las Cortes busca reclutar a un amante para su mujer y los del Opus, soldados para la obra. Todos, incansables, charlatanes, pisándose las frases en esos planos interminables, en esos giros de diálogo inigualables (“¡estaca, estaca, que hay mucho masonazo en este país!”) y en la piel de actores incomparables como Rafael Alonso, Antonio Ferrandis, Mónica Randall, Amparo Soler Leal, Luis Ciges, Luis Escobar, etcétera, miran únicamente por lo suyo. Puede que no haya descripción más certera y genial de cómo somos los españoles. Más vale enterarse tarde que nunca.

Andrea G. Bermejo. Redactora jefa de la revista CINEMANÍA y colaboradora en el programa de RTVE ‘Historia de nuestro cine’. Además, ha codirigido el documental El hombre que diseñó España, sobre Cruz Novillo, diseñador y cartelista de, entre otros, el poster de La escopeta nacional.

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